Vuelvo a casa

El día 25, entraba a la Clínica Sagrada Familia tras ocho días de luchar contra una sentencia en firme de “positivo”. La despedida de mi familia debiéndome dejar con dolor, solo en la puerta de un centro blindado de luchadores con uniformes de vinilo verde, encogía el corazón. Esos hombres y mujeres recubiertos de plásticos no transpirables, gafas estancas, incómodas mascarillas, batas, guantes… Esos son nuestros salvadores, anónimos de rostro tapado como superhéroes que están poniendo su vida en peligro para salvar las nuestras. Hoy salgo de la clínica y ellos me vitorean y felicitan mientras abandono la 526. No he podido ni siquiera intuir sus rostros; solo sé sus nombres. Me han despedido con honores mientras yo solo podía dedicarles mis lágrimas agradecidas tras mi mascarilla que los protege y les permite ayudar a tantos otros. Gracias no es suficiente.
Ramón Ros Castelló. Barcelona
Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.